El yoga es una herramienta de autoconocimiento y descubrimiento. Su práctica nos permite aprender a escuchar los sentidos internos del cuerpo.
En los músculos, tendones, ligamentos, articulaciones y órganos existen sensores que recogen información acerca de cómo esta el cuerpo y cuál es su situación. Posteriormente esa información viaja a través de los nervios y luego la médula espinal hasta llegar al cerebro.
El cerebro es quien está al mando, a la cabeza y en la cabeza. Es el máximo referente jerárquico en la organización de todo el cuerpo humano. ¿Cómo lo hace? Como cualquier organización o corporación. Recoge toda la información de los niveles inferiores periféricos, vale decir de los sentidos internos (que son los sensores antes mencionados) más los cinco sentidos externos clásicos; con ella y con toda la información contenida en la memoria establece estrategias, que son ni mas ni menos que los pensamientos y las acciones que de ellos derivan.
La información de la periferia son nuestras sensaciones, que pueden estar apagadas o encendidas de acuerdo a cuan disponible esté nuestro cuerpo. El yoga busca ampliar el espectro de sensaciones, extender las posibilidades de acción, desarrollar la intuición y potenciar nuestra naturaleza.
El camino de esta disciplina es laborioso y sus beneficios incalculables. La buena salud, la armonía, la revitalización y el crecimiento espiritual son sus recompensas.
El yoga es un recurso para escuchar nuestros sentidos y ampliar nuestros dominios sobre el sistema nervioso, complejo maravilloso que conecta la mente y el cuerpo.
El espíritu esta en el cuerpo, inundando y sustentando a la materia.
El cuerpo, lo concreto que nos permite ser
Nuestro cuerpo y nuestra mente están creándose y disolviéndose a cada momento .Démonos cuenta que de todas nuestras experiencias (imágenes, sonidos, pensamientos, emociones, sensaciones, olores o sabores) tienen una existencia meramente transitoria. Momento a momento nuestras experiencias aparecen y se desvanecen, nacen y mueren. Lo único que existe es un proceso de transformación constante, inmediato y continuo. Por más desesperadamente que lo intentemos no tenemos la menor posibilidad de detener ese proceso.
La mirada. El caminar. Maneras de saludar. Las curvas en la espalda. Los pies… El cuerpo revela quienes somos. Como un gran libro, refleja nuestro modo de vivir. Todo queda registrado en el cuerpo, para que los otros (y nosotros), podamos leer la propia historia. Y es que el cuerpo es una superficie de memoria: es la certeza de la vida vivida. Cuando otro nos lee, nos revela la existencia. Ahora bien, ¿es este cuerpo material, palpable, orgánico, la propia identidad?
Transcurrimos el momento histórico del cuerpo, que tras tantos siglos de sumisión pareciera posicionarse en un lugar preponderante.
Pero no cualquier cuerpo, sino un cuerpo, delimitado en ciertos cánones de formato y hábitos. Por un lado, el movimiento; en la búsqueda de amoldarse al estereotipo instalado, el cuerpo es sometido a diferentes dispositivos: desde entrenamientos exhaustivos, sobrecargas excesivas y gimnasias novedosas hasta cirugías y píldoras que prometen transformaciones en función de la demanda por la apariencia.
Por otro lado, la quietud; la evolución fue creando métodos y procedimientos para satisfacer los cuidados de este cuerpo, instalado como necesario: el cemento para apartarlo del barro y para protegerlo del viento y el invierno, el vestido, para cubrirlo y embellecerlo, el control remoto, el ascensor, el automóvil, para evitar su fatiga y esfuerzo. Cada vez más restringido, más aislado, más quieto, más subordinado a un molde, el cuerpo, quedó atrapado en la apariencia.
¿Será acaso, que somos algo más que este cuerpo físico-tangible? Este cuerpo, ¿sabe? ¿siente? ¿conoce? ¿trasciende? … ¿Qué hay de la emoción, del deseo, del pensamiento, de las ideas en este cuerpo material?
Quizás sea necesario pensar, por un momento, al cuerpo desde una multiplicidad de dimensiones; física, emocional, mental, inconsciente, cultural, trascendente... DAVE GELLINEAU
De modo que si dijésemos que somos un cuerpo, también fuésemos una idea, una vibración, un poema, un sentimiento profundo. Y si así fuera, ¿cómo integrar este complejo entramado en lo real, en el aquí y el ahora? Quizás sea necesario asumir al cuerpo no como una fachada aparente, sino como la puerta de ingreso para participar en la existencia como hecho concreto.
Asumir que el cuerpo es mucho más que un manojo orgánico y estético, posiblemente nos permita descubrir que la importancia del cuerpo radica, más que en su apariencia, en su realidad: pensar al cuerpo, como la llave que nos conduce al secreto de los opuestos (esclavitud-liberación, debilidad-poder, oscurecimiento-iluminación, limitación-dominio, muerte-inmortalidad), como lo real, que me permite ser.
Y para intentar pensar que el lugar que le asignamos al cuerpo puede ser diferente, la práctica de Yoga, invita a hacerlo no exclusivamente desde su perspectiva física sino desde su potencial para facilitar el acceso a las dimensiones profundas, resignificando lo corporal hacia un camino de realización, de trascendencia.
Yoga nos propone partir del cuerpo a través de la práctica de acciones concretas: normas éticas (yamas), hábitos de purificación (niyamas) y posturas (âsanas), desde la respiración y su regulación (pranayâma) hacia la abstracción de los propios sentidos (pratyâhâra) para alcanzar la concentración, meditación y contemplación (dhâranâ-dhyâna-samâdhi).
"El cuerpo es la llave, que conduce al secreto tanto de la esclavitud como de la liberación, de la debilidad animal y del poder divino, del oscurecimiento de mente y espíritu tanto como de su iluminación, de la sujeción al dolor y a la limitación, y del dominio o maestría sobre sí mismo, de muerte y de inmortalidad"
Sri Sri Alingeshwara, Bangalore, India.
No hay comentarios:
Publicar un comentario